procuro llevar siempre
los ojos puestos.
Una vez los dejé
pegados al televisor
y el dolor de cabeza
fue insoportable.
Salgo a la calle y veo...
Veo tu rostro,
tus ojos,
tu pelo
y veo tu espalda
alejándose.
Veo los muros
escupiendo
verdades
y hablando
de amores
inalcanzables.
Veo aceras
manchadas
de sangre
de las batallas
libradas
por los que creían
ser libres
y ya no eran
nadie.
Veo más humo
que aire,
más horas
que instantes,
más caminos
que no llevan
a ninguna parte.
Veo a un anciano
que duerme
en un banco del parque
―Te veo ―le digo.
―Gracias ―contesta―,
normalmente,
nadie me ve.
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